El compositor que le puso música a la integración
Pedro Ximénez de Abrill y Tirado (1780 – 1856) ya era un compositor de sólido prestigio cuando recibió el mensaje de que lo habían mandado a llamar para hacerle un encargo muy importante: quería que fuera el maestro de capilla de la catedral de la ciudad de La Plata (después Chuquisaca, hoy Sucre).
No hay registros de ese encuentro, pero podemos hacer el esfuerzo de imaginarlo. La ciudad hera un hervidero de conspiración contra la corona española. Los ciudadanos sueñan con la enmancipación, y Ximénez con el papel que desempeñará la música americana en la forja de la nación recién fundada.
En esos tiempos conoció de cerca a a dos mariscales y héroes de la Independencia, Andrés de Santa Cruz y Antonio José de Sucre. Este último fue, sin duda, la persona que estuvo más cerca de Simón Bolívar, tal vez no en términos de proximidad, pero sí en cuanto a entender y compartir la visión de América como una gran unidad de las identidades que se habían formado en el continente tras tres siglos de colonización.
Ximénez, claro, compartía esas ideas. Y las reflejaba en sus creaciones. Los conocedores dicen que trató deliberadamente de alejarse de los patrones estéticos y rítmicos que venían impuestos desde Europa. Por eso incorporó a sus obras un género lírico quechua, conocido en su pronunciación castellanizada como yaraví y otras innovaciones.
Alimentado por las ideas independentistas y con el aliciente de poder contribuir a sentar las bases de las nuevas naciones americanas, la obra tanto sacra como profana de Pedro Ximénez de Abrill y Tirado fue extensa y variada: divertimentos, minuetos, misas, sinfonías, cuartetos y quintetos forman parte de su repertorio.
Doscientos años antes, cuando los jesuitas llegaron a esta región de América del Sur, se dieron cuenta de que la Cuenca del Plata constituía una unidad geográfica, por la que era relativamente sencillo trasladarse gracias a una extensa red de vías fluviales.
Esa unidad geográfica formó, poco después, una unidad cultural, gracias a las misiones y su trabajo con las distintas poblaciones locales. Una unidad cultural de la que nos quedaron muchas expresiones, pero sobre todo la música.
El trabajo que hacemos en FONPLATA tiene mucho que ver con esta idea de concebir a la Cuenca del Plata como una unidad, y lograr que los cinco países que la conforman trabajen juntos y al unísono, como una orquesta. Cada instrumento con su propio sonido, pero tocando todos al mismo compás.
Desde hace varios años FONPLATA apoya el Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana “Misiones de Chiquitos”, que este año se celebrará entre el 13 y el 22 de abril en varias localidades de Bolivia.
Este año en particular hemos financiado el trabajo de recuperación de la Sinfonía No 11 de Pedro Ximénez de Abrill y Tirado, “La Sinfonía de La Plata”, que en su estreno mundial (el 17 de abril en Santa Cruz de la Sierra) será interpretada por jóvenes músicos de los países de la Cuenca del Plata y dirigida por un joven director argentino.
De modo que desde las primeras misiones y el encuentro en Bolivia del músico peruano y el mariscal venezolano hasta nuestros días, los sueños de integración de América han seguido vivos y vibrantes.
Para FONPLATA, la música y la cultura son vehículos de comunicación y unión entre los pueblos. Por eso, apoyar estas iniciativas nos parece una excelente manera de dar cumplimiento al mandato de nuestra institución que es fomentar la integración. Una integración que ahora suena al ritmo de las notas que escribió Pedro Ximénez mientras soñaba con una América fuerte y unida.